En la clase de 1º ESO C hemos visto el cortometraje “Cuerdas”, dirigido por Pedro Solís, que ha ganado este año el Goya al mejor corto de animación (he decidido no colgarlo en el blog porque, tras haberlo visto, me enteré de que se había subido a Internet ilegalmente y de que el autor estaba pidiendo que no se difundiera). El caso es que les propuse a mis alumnos que escribieran un relato basándose en el corto que habían visto. Les di libertad para cambiar el título o cualquier otro aspecto de la historia original (el nombre de los personajes, el punto de vista, el desenlace, etc.). El resultado ha sido muy variado. Aquí podéis leer varios de los textos que escribieron después de ver este emotivo cortometraje (estas son las versiones ya corregidas, sin faltas de ortografía, aunque he de decir que, en algunos textos, apenas he tenido que hacer correcciones).
Ángela García adoptó el punto de vista de la protagonista, que le cuenta la historia a uno de sus alumnos veinte años después:
«Cuerdas, la historia»
Pues verás, un día iba yo paseando por los pasillos del orfanato cuando de repente escuché a la directora hablar con una señora. Estaban hablando sobre un niño. El niño estaba sentado en una silla de ruedas muy rara. Parecía un carrito para bebés. Él era moreno, tenía unos ojos gigantes de color verde y unos dientes muy blancos y bonitos. La directora me vio en la puerta y que ordenó que fuera con los otros niños.
A la mañana siguiente la profesora nos le presentó diciendo: “Este es Guillermo, vuestro nuevo compañero. Ya veis que es diferente, pero tratarlo como uno más”. La profesora le puso en una mesa detrás de mí y cuando se fue a explicar la lección me giré para saludarle. Él me respondió con una sonrisa. A la hora del recreo le dije:
– Hola, me llamo Jodie. ¿Quieres jugar con nosotras?
No me respondió.
– ¿No sabes hablar?
Puso una mueca de disgusto.
– ¿Puedes mover las manos?
Le cogí una mano, la levanté un poco y cayó como si estuviera muerta. Entonces Guillermo miró a otros niños que estaban jugando al fútbol y su cara pasó de expresar felicidad a expresar tristeza. Comprendí lo que le pasaba. Fui a por una cuerda que estaba en el suelo y se la até a la pierna. Le puse un balón frente al pie mientras me colocaba de portera. Tiré de la cuerda y el balón fue lento pero terminó entrando en la portería. Fui a abrazar a Guillermo y se puso muy feliz.
Pasaron las semanas y Guillermo y yo nos hicimos muy amigos. Jugábamos a las palmas, a los piratas, al fútbol… y cada martes leíamos un libro en el banco que hay bajo el árbol más grande del jardín. Cuando llegó el otoño jugamos con las hojas del suelo. Nos lo pasábamos tan bien juntos…
El 3 de diciembre fue un día muy triste para mí. Iba caminando por los pasillos del colegio cuando oí a la directora hablar con la misma señora de hacía meses. Estaba contándole que Guillermo había muerto esa misma noche mientras dormía. Yo fui corriendo hacia su silla de ruedas, mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas, cogí el trozo de cuerda que utilizaba para jugar con él y me lo até a la muñeca.
¿Respondo con esta historia a tu pregunta de por qué llevo esta cuerda, Samuel?
Ángela García
Carmen Campo decidió titular a su historia «Un nudo», como símbolo de la unión que existía entre los dos niños:
«Un nudo»
Un día llegó al colegio de Alicia un niño llamado Daniel. Él tenía parálisis cerebral, pero Alicia no lo sabía. Los dos tenían doce años e iban a la misma clase.
Ella hacía lo posible para que Daniel se integrase pero él no hablaba ni se movía, así que era complicado. Entonces a Alicia se le ocurrió un buen sistema, utilizando unas simples cuerdas y atándolas a sus extremidades: de esta manera podía moverle de acá para allá sin ningún problema.
Alicia se daba cuenta de la maravillosa amistad que había forjado con Daniel, su mejor amigo. Ella solo iba al colegio para verle a él, jugar con él, todo era él, él y él. Se había enamorado de Daniel sin apenas darse cuenta.
Un día, Alicia no encontró a Daniel por ningún lado, ni en la biblioteca ni en clase. Daniel estaba en el despacho de la directora, muy enfermo y cansado. Alicia se quedó junto al chico durante todo el recreo. Encendió el tocadiscos y se dispuso a bailar con él, le levantó de la silla, le cogió e imaginó que andaban juntos, bailaban y viajaban por todo el mundo.
La niña no era consciente de lo enfermo que estaba su amigo, pero algunos profesores y alumnos se temían lo peor. Alicia no sabía que ese había sido su último día juntos.
Al día siguiente, llegó la primera al colegio para jugar con Daniel, pero no estaba en ningún sitio. Alicia pensó que lo encontraría otra vez en el despacho de la directora, pero cuando llegó, oyó a los padres de Daniel hablando con la profesora. Daniel había fallecido. María, la profesora, se lo explicó todo. Entonces Alicia no pudo evitar echarse a llorar. Le quería más que a nadie.
Nunca le olvidó a pesar del paso del tiempo, y menos el momento en que él tocó por primera vez sus manos, con sus manitas pequeñas y deformadas. Desde ese día, ella siempre guardó el último trozo de cuerda que había enganchado a su silla de ruedas. Un nudo que les uniría para siempre, porque ese día que cambió sus días jamás lo olvidarían.
Carmen Campo
Carlota Martínez, muy atrevida, se atrevió a escribir la historia en verso, también desde el punto de vista de María:
«Un pedacito de él»
Yo, María, he decidido contaros mi historia:
Cuando era pequeña vivía en un orfanato.
(Sé que parece tenebroso,
pero no era ni oscuro ni misterioso.)
A mí me encantaba esa escuela,
pues era enorme, no era pequeña.
Allí hice un montón de amigos.
Éramos todos especiales,
pero sobre todo un niño:
él tenía parálisis cerebral
y eso le hacía aún más especial.
Yo le quería un montón,
pues pese a sus dificultades,
todo lo intentó.
En los recreos, yo siempre trataba
de ayudarle a correr,
como un niño normal suele hacer,
un día chutó un balón,
otro día bailó una canción.
Sin duda alguna, ¡era un campeón!
Una tarde, mientras por el orfanato paseaba
me encontré una silla de ruedas abandonada.
Era la de mi amigo… ¡había fallecido!
Yo muy triste y sola me quedé,
Me preguntaba: ¿por mi culpa pudo ser?
La persona a la que más quería se había ido…
para siempre había desaparecido.
Hoy día trabajo como maestra en una escuela,
y siempre llevo conmigo un pedacito de él
pues nunca jamás yo le olvidaré.
Carlota Martínez
Paula Zorrilla decidió que su versión de la historia tuviera un final muy diferente al del cortometraje:
«Superado»
Había una vez un niño con un grave problema que no le permitía hablar ni moverse. Su nombre era Juan.
Él era huérfano, y vivía en un orfanato con más niños que se burlaban de él porque no podía jugar. Juan se sentía mal porque siempre estaba en su silla de ruedas en un rincón. Hasta que un día llegó una niña nueva al orfanato llamada Carmen. Ella era muy alegre, risueña y se llevaba bien con todos los niños.
Un día vio que Juan estaba llorando, se le acercó y empezó a preguntarle muchísimas cosas, pero él no podía contestar. Ella pensaba que lo que le pasaba era que no conocía a los demás niños. Entonces fue a presentárselo, pero como ya le conocían y no se llevaban bien con él, le empezaron a tirar piedras y Carmen, al ver lo que pasaba, se le llevó corriendo y comprendió por qué lloraba. Desde ese día juró que serían los mejores amigos y que le protegería de los demás. Ella jugó con él a la comba, al fútbol, a las palmas, y le leyó muchísimos cuentos. Carmen estaba más feliz que nunca, porque aunque Juan no pudiese hablar ni moverse, lo pasaba muchísimo mejor con él que con las otras niñas. Ella tenía la esperanza de que algún día su amigo se recuperaría.
Un día estaban jugando al fútbol y Juan chutó el balón. Carmen se puso contentísima y empezó a saltar. Al día siguiente, cuando sonó el timbre para salir al recreo, la profesora le dijo a Carmen que Juan no podía salir a la calle porque se encontraba mal. Entonces Carmen se quedó con él en clase y estuvieron escuchando música.
Pasaron dos o tres días y Carmen iba por el pasillo y se encontró con la silla de ruedas de Juan vacía. Fue a buscar a la profesora y, al contarle lo que pasaba, ella también se asustó porque no tenía ni la menor idea de dónde estaba Juan. Juntas fueron a buscarle y se llevaron una gran sorpresa cuando le encontraron en la calle dando un paseo. Al ver que Juan ya podía caminar se alegraron muchísimo y la profesora llamó al médico para comprobar que estaba totalmente recuperado. Cuando el médico le revisó dijo que estaba curado, que era uno de los pocos y raros casos en los que sucedía eso y que no les había dicho antes que existía esa posibilidad para que no se hicieran ilusiones.
El médico le puso un tratamiento nuevo a Juan para que empezara también a hablar y a realizar movimientos más precisos y rápidos.
Desde aquel día nadie volvió a pegarle ni a reírse de él, porque ya era un niño normal como todos los demás. Pero él sólo confiaba en una persona, y esa era y siempre sería su amiga Carmen.
Sheila Revuelta también decidió contar la historia desde el punto de vista de María:
«Cuerdas»
El día en que el niño de la silla de ruedas llegó al orfanato yo estaba, como siempre, saltando por los pasillos.
Tras presentarle en clase, nos explicaron que era un niño peculiar, aunque, al contrario que a los demás niños, a mí me pareció agradable.
En el recreo fui a jugar con él y descubrí que no podía moverse ni hablar, pero de pronto se me ocurrió la idea de atarle cuerdas a diferentes partes del cuerpo y tirar de ellas para así poder moverle. Aunque los demás niños me llamaban para que jugara con ellos, yo seguía con mi nuevo amigo interpretando diálogos, jugando al fútbol, leyendo libros…
Unos meses después, a la hora del recreo, la profesora me dijo que mi amigo estaba demasiado cansado como para salir a jugar al patio. Entonces se me ocurrió bailar con él y, tras unos instantes, logré que apareciera una sonrisa en su cara.
Al día siguiente vi su silla de ruedas junto a una de las cuerdas en el pasillo, y al oír hablar a la profesora supe que mi amigo había muerto. Tras la triste noticia, me até aquella cuerda que utilizaba para jugar con él a la muñeca.
Veinte años después me hice profesora de Educación Especial y aún continúo con la cuerda en mi muñeca, en recuerdo de aquel amigo de la infancia que me enseñó cuál era mi camino.
Sheila Revuelta
La versión de Héctor Puente es la historia de un amor de la infancia:
«Un amor para siempre»
Era un día el año 1986 en que la clase de 4º de Primaria esperaba a un nuevo alumno. Él se llamaba Carlos y tenía una enfermedad muy grave: sufría una parálisis cerebral. Al entrar en clase la profesora colocó la silla de ruedas de Carlos entre dos niños llamados Daniel y Miguel, pero a ellos no les gustó la idea de que el nuevo niño se tuviese que sentar junto a ellos. Delante de Carlos estaba sentada una niña que se llamaba María. Ella estaba muy ilusionada porque tenía un nuevo compañero. Cuando sonó la sirena del recreo, la profesora llevó a Carlos al patio. Allí se encontraba María con sus amigas saltando a la comba. María, al ver a Carlos tan solo, se acercó adonde él y le preguntó su nombre, pero se dio cuenta de que no sabía hablar. Entonces María se fue otra vez donde sus amigas y siguió jugando. Al cabo de cinco minutos cogió una cuerda, la ató en una barandilla y saltó con Carlos a la comba de una manera muy especial. Después de saltar a la comba, le leyó un cuento y de príncipes y princesas, pero se dio cuenta de que no le gustaba. Entonces cogió un balón, le ató una cuerda al pie a Carlos, puso el balón sobre él y tiró con fuerza de la cuerda para que el balón saliese disparado. Así consiguió que su amigo marcara un gol. Al día siguiente, María jugó con Carlos a los piratas y le ató una cuerda a las manos para poder movérselas y jugar con él también a las palmas.
Así pasaron los meses y María seguía inventando mil juegos para poder disfrutar con su amigo.
Un día, María estaba buscando a Carlos cuando escuchó cómo la profesora le contaba al director que Carlos había muerto mientras dormía. María se disgustó mucho, cogió la cuerda que empleaba para jugar con su amigo y se la ató a la muñeca.
Al cabo de veinte años, María empezó a trabajar de profesora en aquel mismo colegio. Mientras iba hacia la clase para dar Matemáticas a sus nuevos alumnos, se encontró con la silla de ruedas de Carlos, que todavía estaba en el colegio, y se puso a llorar al recordar la muerte de su amigo. María aún llevaba puesta la cuerda con la que jugaba con Carlos, y sus alumnos le preguntaron que por qué razón llevaba una cuerda atada a la muñeca. Entonces ella les dijo: “Es la única cosa que me queda de mi amor de la infancia, que aunque fue hace mucho tiempo, será un amor para siempre”.
Héctor Puente
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