Otro modelo de comentario: La hija de la Librada

RESUMEN

La Poncia llega del exterior y le cuenta a Bernarda que las gentes del pueblo quieren ajusticiar a la hija de la Librada por haber tenido un hijo de soltera y haberlo matado. Bernarda y Martirio apoyan el linchamiento con vehemencia, mientras que Adela, que se siente identificada con la muchacha, pide que la dejen escapar.

COMENTARIO CRÍTICO

Este texto pertenece a La casa de Bernarda Alba, obra teatral compuesta por Federico García Lorca en 1936, poco antes de fallecer asesinado en los inicios de la Guerra Civil. Con ella el escritor granadino, conocido también por su labor como poeta y por ser uno de los máximos representantes de la Generación del 27, culminó su trayectoria dramática.

El tema del texto es la pérdida de la honra por parte de la hija de la Librada y la condena social que conlleva dicha pérdida (en este caso, el crimen inicial de la joven habría sido tener un hijo de soltera, al que se sumaría el posterior asesinato de la criatura). Por tanto, nos encontramos ante una muchacha desesperada por haber perdido su honra (identificada en este contexto con una cuestión de índole sexual: su virginidad) que ahora es condenada por una muchedumbre violenta que quiere que pague su pecado dándole muerte. Aparte de este tema, encontramos también el enfrentamiento entre dos formas de pensar opuestas: Bernarda (y, en este texto, también su hija Martirio) representan una ideología represiva, machista y conservadora, pues apoyan el linchamiento, mientras que Adela encarna la defensa de la libertad, por lo que pide que dejen en paz a la chica. La decencia y la moral, frente a la libertad de actuación y pensamiento.

Externamente, el texto consta de veintitrés líneas, en las que hay catorce intervenciones que conforman el texto dramático (hablan la Poncia, Bernarda Alba y dos de sus hijas) y cinco acotaciones que constituyen el texto didascálico. [Aquí podéis hablar brevemente de cómo son los diálogos y las acotaciones en este texto, a no ser que en el examen os pregunte por las técnicas.]

Internamente, podríamos dividir este fragmento en dos partes:

– De la línea 1 a la 9 (hasta «dando unas voces que estremecen los campos.») tendríamos la primera parte. En ella, la Poncia entra en la casa y le cuenta a Bernarda lo que está pasando fuera: el pueblo quiere linchar a la hija de la Librada por haber tenido un hijo de soltera y haberlo matado. [RELATO DE LOS HECHOS]
– De la línea 9 (“Sí, que vengan todos con varas de olivo…”) hasta el final tenemos la segudna parte, en la que se describen las distintas reacciones de las mujeres de la casa ante lo que está ocurriendo fuera: Bernarda y Martirio apoyan el linchamiento, mientras que Adela se identifica con la joven y pide que la dejen escapar. [REACCIONES ANTE ESOS HECHOS]

La actitud del autor es aparentemente objetiva, porque cede la palabra a los personajes y no interviene salvo en las acotaciones, que en este texto son muy escasas. Sin embargo, no debemos olvidar que los personajes son creaciones suyas y que los diálogos están ideados por él, por lo que todo el texto está teñido de subjetividad, lógico, por otra parte, al tratarse de una obra literaria. De hecho, podríamos hablar de una actitud crítica ante la marginación de la mujer en la sociedad rural española de principios del siglo XX.

La intencionalidad de García Lorca es denunciar esa situación de marginación, y para ello se sirve de una anécdota que pone de manifiesto cómo se castigaba en ese tipo de sociedad a la mujer “pecadora”, es decir, a aquella que había perdido la honra, pisoteando su “decencia”. Ese concepto arcaico y machista de la honra y esa sociedad violenta y repleta de prejuicios son puestos en tela de juicio en este texto. Dentro de la casa de Bernarda son la propia madre y su hija Martirio quienes en este caso encarnan esa forma de pensar criticada por Lorca, mientras que es Adela la que, una vez más, aboga por la libertad de conducta. Para poner de relieve ese conflicto el autor se sirve de los diálogos que reflejan esas reacciones opuestas de las mujeres (“¡…que vengan todos para matarla!” / “¡No, no, para matarla no!”) y también de algunos símbolos, como las referencias al olivar o a las varas de olivo que en la obra tienen claras connotaciones eróticas, ya que el “pecado” cometido por la hija de la Librada es de índole sexual.

En cuanto al tipo de texto, se trata de un fragmento de una obra literaria de carácter teatral, pues presenta forma dialogada y está destinado a ser representado sobre un escenario. Con respecto al subgénero, Lorca lo consideró un drama (“Drama de las mujeres en los pueblos de España” fue el subtítulo que eligió para la obra), por considerar que la tragedia comportaba ciertos elementos míticos que estaban ausentes en esta obra y porque el personaje de la Poncia, por ejemplo, aportaba cierto realismo e incluso humorismo que estaba más presente en los dramas. Sin embargo, por la necesidad de catástrofe y el final terriblemente trágico bien podría considerarse una tragedia y Lorca se refirió también así a ella en alguna ocasión.

¿Quién sabe realmente lo que le pasó a la hija de la Librada? Poncia relata los hechos según se los han contado por el pueblo. Pero, ¿quién sabe la verdad? ¿Quién conoce el drama real de esa joven? ¿Quién sabe si fue violada o burlada por un hombre casado (un Antonio María Benavides cualquiera) que la amenazó con que la mataría si lo delataba? ¿Quién sabe si su madre (una Bernarda Alba), al conocer su deshonra, la obligó a ocultar el embarazo y a matar a la criatura? ¿Quién sabe si el bebé murió al nacer (algo no tan extraño en la España de comienzos del siglo XX) y ella quiso ocultar el cuerpo en un intento desesperado por evitar la condena a la que se vería sometida de saberse la verdad? Quizá esas suposiciones sean erróneas. Quizá lo matara por su propia voluntad. ¿Quién es capaz entonces de imaginar el miedo que la atenazaba? ¿Cómo de aterrada y sola debió de sentirse para cometer semejante crimen? Lorca no da respuesta a ninguna de estas cuestiones. Todas quedan en el aire. Los espectadores ni siquiera ven a la muchacha. Solo se oye su grito desgarrado y el rumor del gentío que la arrastra, que la juzga y la condena sin hacerle ninguna de esas preguntas. Porque no les importan las respuestas. Es una mujer soltera que ha tenido un hijo. Ya nada más importa. No importa quién es el padre. No importa si la forzaron. No importa si realmente lo mató. Nada importa ya. Una mujer sin honra no es nada y el pueblo entero se cree en su derecho de matarla. Sin preguntar.

Esta escena me recuerda a otras horribles, reales. Aunque no me extrañaría nada que Lorca hubiera presenciado un caso similar al que aquí nos presenta. Esta escena me recuerda a las lapidaciones, aquellas que aparecían en la Biblia, que todavía hoy en día se producen en países de África o Asia (especialmente en los musulmanes) para castigar a las personas (en la mayoría de los casos mujeres) que han tenido un comportamiento indebido: allí matan a pedradas a mujeres que han sido adúlteras, o que se han casado fingiendo ser vírgenes, o que se han enamorado de un hombre de otra religión, o que viven con sus parejas sin estar casadas. En esos casos el tema es aún más grave, porque la ley ampara los asesinatos, mientras que en la España que nos describe Lorca es el pueblo el que se está tomando la justicia por su mano (por eso, Bernarda les dice a los hombres que acaben con ella “antes de que lleguen los guardias”). Pero en el fondo hay una misma realidad: sociedades cargadas de prejuicios, violentas, crueles, represivas, machistas… y mujeres condenadas, juzgadas, maltratadas, sin derechos, solas, asesinadas. ¿Quién piensa en ellas? Lorca pensaba en ellas. Pensaba en todos los seres humanos que, como él, se sentían marginados en un mundo cruel. Quiso ser su voz y también, como muchos de ellos, pagó con su vida la defensa de la libertad. Pero nos queda su obra. Ese es su testamento, su legado. Un legado que, por desgracia, sigue teniendo vigencia ochenta años después de su muerte. Es responsabilidad nuestra saber comprender su mensaje y continuar la lucha en favor de los que sufren la intolerancia y la crueldad. Y pedir, como Adela, que los dejen en paz.

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